LUNA
Andaba distraído pensando que el mundo no iba con él. Era como si las personas que caminaban a su alrededor no existieran. Como si el ruido que provenía de los motores de los coches, motos y el resto de vehículos no fuera capaz de llegar a su tímpano. Como si nada pudiera tocarlo, afectarlo, amenazarlo. Llegó por fin, se sentó y observó. Había luna llena y su reflejo se desvirtuaba a medida que influía en la marea. Sintió una conexión rara y se preguntó si no había nadie que se preocupara de que la luna estuviera allí en el cielo.
ACANTILADO
Cerró los ojos y se concentró en su respiración, cada vez más larga y pausada. Infinidad de incógnitas bombardean su cabeza, pero mantiene su temperamento, su calma, evita alterarse pues sabe que no serviría de nada. Mas en su fuero interno todo es diferente. El ritmo de su respiración sigue disminuyendo, provocándole una sensación de placer que choca frenéticamente con su estado interno, como las olas de un fuerte oleaje chocan con las rocas de un acantilado imponente, puliéndolo con cada embestida y provocando que poco a poco, se vayan despegando del acantilado todo aquello que sobra, que no sirve.
PARQUE
El parque estaba vacío, se acercaba el ocaso y los pájaros empezaban su ritual para una nueva noche. Caminaba con tranquilidad, disfrutando de las canciones que le han acompañado durante toda su vida, aquellas que le marcaron cuando era adolescente, aquellas que le recuerdan momentos pasados, aquellas que le inspiran y le dan confianza. Cogió el móvil, apagó la música, se quitó los auriculares. Quería disfrutar de la melodía que irradiaba ese lugar: el canto de los pájaros, el susurro de las hojas de los árboles movidas por el viento. La melodía de que siempre hay un momento donde parar.